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Una mirada alrededor

L ' Apothéose des chats

apoteose

Pintura de Theophile-Alexandre Steinlen


Los gatos de Lorenzo Goñi abandonan momentáneamente los tejados, buhardillas y corralas del Madrid pintoresco y se acercan a mi atalaya sin más equipaje que un artículo periodístico maltratado por los polvorientos vericuetos que separan la Puerta del Sol de mi habitáculo:


(...)Apenas asomaba por las mañanas en el portal del edificio, ataviado con su sempiterna boina y su jersecito negro algo gastado en las coderas (el mismo jersecito que le asomaba por las bocamangas de las vestiduras eclesiásticas, cuando salió al balcón central de la Basílica a saludar a los fieles, tras la celebración del Cónclave), un séquito de gatos famélicos, huérfanos de la caricia de Baudelaire, se congregaba en su derredor, para repartirse las sobras de su cena. A muchos de estos gatos callejeros, el cardenal Ratzinger los había adoptado y los llamaba por su nombre; aunque ariscos por naturaleza, los gatos correspondían a su magnanimidad desfilando en comitiva detrás de él, orgullosos de su benefactor, que sin duda había venido a parar a la ciudad más adecuada para cultivar su predilección, porque Roma es la ciudad de los gatos, gatos aristócratas y sarnosos, gatos beatísimos y herejes, gatos somnolientos y vivaces que han aprendido a rezar en latín, gatos innumerables como fuentes que sin duda hubiesen inspirado a Lope de Vega otra gatomaquia. Quizá esta misma noche se reúnan bajo las ventanas de las estancias papales y entonen un concierto de maullidos, solicitándole audiencia y también la promulgación de una bula que los declare animales sagrados.


La cohorte de gatos anarquistas, descendientes de los felinos valleinclanescos que compartieron callejones con Max Estrella, dormitan, ronronean, bufan y se refocilan entre tejas, chimeneas en desuso, amapolas, margaritas y diminutas madrigueras de durmientes ratones de campo, indiferentes a la gatofilia papal y a los felinos romanos que combaten el hambre con emanaciones de incienso.

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